lunes, 15 de noviembre de 2010

Pedagogía de la escalada

Hace unas semanas estaba escribiendo esto, bueno, algo parecido porque no creo que lo escriba igual, porque se borró. Aparte de fastidiarme, me quedé un poco chafado ya que había conseguido reflejar lo que por mi cabeza pasa últimamente.

Recuerdo que tenía en mente la última salida a Morata con Marcos y, como al final del día, cuando parece que lo que vas a hacer es por rellenar, zas! Hicimos la mejor vía de todo el día. Nunca antes en mi caso, había subido algo igual, 6b de tirón y aunque me temblaba todo el cuerpo al llegar a la cadena, no cabía en mi de gozo. Estaba contentísimo, más que por el logro, que objetivamente no es algo grande a ojos de muchas otras personas, por lo que para mi representaba aquello.

Me viene a la cabeza cuando, en Morata también, hace unos meses, me sacaba el hombro intentando algo menor. Marcos me bajaba y yo gritaba de dolor. Más que por el hombro, por todo lo que me había llevado a estar físicamente colgado allí, pero mentalmente lejos. Por no haber sabido concentrarme en el momento y en lo importante entonces, lo posible: presente y futuro, nada de pasado.

Aprendí algo que me está ayudando mucho, algo que ya sabía, pero no había aprendido... Curiosa paradoja que solemos experimentar, ¿Verdad? No podemos cambiar el pasado, alcanzar el futuro y olvidar el presente.

A partir de entonces, visita al médico, advertencia de operación a la siguiente luxación (iban dos...), sugerencia de dejar de escalar... Me concentré en la rehabilitación, en lo que ese momento era (un lesionado) y lo que quería llegar a ser (un escalador). Pero no me estoy refiriendo al plano deportivo o físico, sino al vital.

A veces estamos fuera de forma para lo que se nos viene encima en la vida: nuevas vías, mayores dificultades, cambios de terreno, caídas, lesiones... Si echamos la vista atrás, debe ser sólo para poder mirar más lejos, ver el porqué de los fallos (si es que humanamente se pueden llegar a conocer), las posibilidades de superar ese paso que se nos atraganta y no hace caer siempre en el mismo sitio.

Pero empecemos desde abajo, desde el pie de vía... Yo me suelo encordar con Marcos, a veces vienen otras personas, pero la situación es la misma: un compañero suficientemente formado técnicamente y físicamente capaz. No debemos enganchar nuestra vida a alguien en el que no confiemos plénamente. Nuestros valores, creencias, nuestra fe, amigos y, como no, nuestra familia, son el primer eslabón de la llamada "cadena de seguridad".

Antes de tocar la pared, Marcos repasa el nudo de mi arnés y, yo, que él ha pasado la cuerda corréctamente por el asegurador. Nos damos el ok mútuamente y ya estamos listos para subir. Así, en la vida, hay decisiones, situaciones, preocupaciones que, antes de afrontarlas individualmente y en la intimidad, es conveniente consultarlas, hablarlas, compartirlas con la gente a la que de verdad le importas. Ellos pueden ayudarte a repasar que el nudo que te asegura no esté flojo o mal peinado en ese momento...

Cuando comienzas a subir una vía por primera vez, te encuentras ante una dificultad desconocida, un futuro incierto, a veces se antoja enorme, pero estás ahí y puedes bajarte, o intentar un paso más. Si decides bajarte, ya sabes lo que hay y tú, sabrás el porqué. En este caso decidimos "tirar", que no siempre significa seguir con algo en la vida, a veces ascender, significa, muy a nuestro pesar, dejar algo que nos gustaba o que teníamos cariño: un mal hábito, un trabajo, una relación... Cada uno ha de saber donde se mete a escalar.

La primera chapa, suele ser la más dificil de alcanzar. Si te caes, pese a ser la que más cerca del suelo está, es también la más peligrosa, ya que el factor de caída es mayor debido a no contar todavía con el efecto de la cadena de seguridad. Muchas veces, la desilusión llega antes siquiera de haber empezado ese proyecto que tenemos en las manos en forma de distintas dificultades o trabas.

Si embargo, nos hemos plantado a pie de vía después de haber entrenado durante meses, 3 días por semana, formándonos para ello, aprendiendo las técnicas necesarias, calentando... Estamos fuertes y sabemos qué es lo que tenemos que hacer, cómo hacerlo. ¿Seguro? Porque antes de seguir, es importante que cada uno se cuestione en qué estado de forma vital (físico si, pero espiritual también) está. Incluso una caída fatal, es menor en consecuencias cuando uno está preparado.

Hemos chapado la primera cinta y vemos que nuestro compañero observa atento. Nos da su consejo desde abajo, donde las cosas se ven de otro modo, desde fuera. Recoge cuerda cuando lo necesitamos y ante un paso más largo, nos la ofrece. Contesta a nuestros gritos, nos grita cuando no ve cómo vamos. Es nuestro seguro, nos confíamos a él en buena medida.

Nosotros también nos protegemos. Chapando cada parabolt que encontramos, tomando la decisiones que una correcta lectura de la roca y nuestra situación reflejan, apretando los dientes y esforzándonos por hacerlo lo mejor que somos capaces.

Vamos subiendo, ganando altura, progresando. Nos tenemos que medir. Las fuerzas, no siempre son las mismas. La motivación es algo que ha de cuidarse si queremos que sea un empuje y no un espejismo. Por eso también es importante tirar cuando no estamos finos...

Además, vamos sin miedo pero con cuidado porque no queremos meternos en vías de mayor grado del que podemos hacer sin estar seguros de nos hacernos daño. Así pues, es imprescindible conocernos, medirnos bien y, para ello, intrínseco es preguntarnos, saber qué queremos y poner los medios: entrenarnos, pedir consejo, observar, pensar, descansar, cuidarse...

En la vida, como en la escalada, cuerpo y alma son uno, no podemos dualizarlos, por eso, todo lo que hablo acerca de la preparación física, insisto, se refiere a nuestra persona en conjunto.

Algunas veces nos caemos. No es un fracaso. El único fracaso sería no aprender nada de ello y caernos en el mismo paso, habiéndolo intentado de la misma manera o sin habernos preparado mejor antes de volver a intentarlo. Algunas vías, merece la pena volver a intentarlas de manera diferente, o en otro momento, pero otras no. Eso nos corresponde a cada uno decidirlo, con la ayuda de todo lo anteriormente comentado.

Hemos superado uno, dos o varios pasos difíciles, pueden haberse terminado las dificultades y tocar la cadena se ha convertido en una cuestión de continuidad, de trabajo. Pero un despiste, también puede hacernos resbalar y caer. Otras veces la mayor dificultad la encontraremos al final, justo antes de la cadena entre la última chapa y esta. Da igual, vamos preparados, motivados, tenemos al compañero (y todo lo que él representa) asegurándonos y, pase lo que pase, hemos tomado las decisiones correctas y llegar a la reunión particular de cada uno de nosotros está asegurado.

Ya estamos montando el descuelgue y sabemos que, en contra de lo que mucha gente piensa, no se sube para bajar. Nosotros, bajamos para volver a subir...